Shamballa, Shangri la, son nombres que recibe el paraíso perdido la ciudad que algunos localizan en el himalaya.
Las principales corrientes esotéricas occidentales sostienen que en Shamballa reside la Fraternidad Blanca, un grupo de sabios inmortales y grandes iniciados que rigen los destinos del planeta. A su frente se encuentra Sanat Kumara, conocido también como Gessar Khan, Rigden Jyepo, Kalki (uno de los avatares del dios Vishnú) o Maitreya. Las mismas fuentes aseguran que esporádicamente este grupo utiliza heraldos, a quienes les encarga tareas concretas, como, según dicen, sucedió con Nicolás Roerich. Para ello se les presta utensilios que les ayuden en su cometido, como la Chintamani (“piedra de los deseos”, en sánscrito), un objeto que en contadas ocasiones llevaba en público Roerich como colgante. Una pequeña indiscreción de Roerich ante un periodista de un rotativo de Nueva York permitió saber, según el artista ruso, que la joya procedía de otro mundo. Por supuesto, las declaraciones se tomaron a broma y cimentaron su fama de personaje estrafalario, si bien le proporcionaron la ayuda necesaria para adentrarse en Asia. “La Chintamani es el fragmento de un aerolito que procedía de Orion”, afirmó Roerich en su último diario. Como de costumbre, no hay una versión única acerca de la manera en la que recibió este objeto. La más extendida, que Roerich divulgó en su libro El corazón de Asia, es que se la entregó el 24 de marzo de 1920 en Londres un emisario desconocido. Venía dentro de una cajita sellada y permaneció inerte hasta la segunda expedición, cuando se activó al atravesar la región de Xinjiang (China). Leonardo Olazábal, director de la fundación ADA Roerich-Museo de la Paz de Bilbao, nos ofrece otra versión tras dedicar décadas de estudio a la cuestión: Roerich recibió el objeto de forma anónima en París y tenía el tamaño de una semilla de melocotón envuelta en un pañuelo con las siglas IHS (Jesús). La caja que la contenía iba adornada con el símbolo de la cruz sobre tres llaves de plata. “La piedra era un gran imán y estaba dotada de radiactividad natural –explica Olazábal–. Y se escogió a Nicolás Roerich para que la custodiase”. Este curioso objeto mostraba una serie de signos esculpidos en su superficie que podían cambiar de temperatura, densidad, color y peso dependiendo del lugar en el que se encontrase. Su función era potenciar las capacidades psíquicas e intelectuales de su portador. Al mismo tiempo –Roerich dixit–, ayudaba a intuir cualquier peligro que se avecinase y permitía conocer el porvenir de antemano. “Aquellos que conozcan la sabiduría de Shamballa conocerán el futuro”, aseveró a modo de testamento en su último diario.
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